Hoy, 21 de Noviembre, es día de análisis. Todos los medios
de comunicación, las redes sociales y los ciudadanos de a pie consagran sus titulares,
tertulias, “trending topics” y conversaciones de bar a las Elecciones
Generales, sea por los resultados, por la reacción de los líderes españoles y
extranjeros, o por la reacción de la Bolsa y los mercados.
La hecatombe del PSOE y la soledad de su candidato; la
victoria abrumadora del PP y las primeras declaraciones “ad presidentem” de Don Mariano Rajoy; la escalada de IU
y de UPyD; la supremacía de las formaciones nacionalistas de País Vasco y
Cataluña en sus respectivos territorios. En suma, la diversificación de la minoría
del arco parlamentario a costa de la sangría del partido hasta ahora en el
poder, han marcado una noche electoral apasionante y una mañana de resaca en la
que más que nunca el protagonismo lo acaparan polémicos y acalorados debates. No
deja de ser curioso, teniendo en cuenta la discreta participación electoral en
una jornada sumamente trascendental para el futuro de España como país, y si me
apuran, de Europa.
Salvo el gran resultado de Amaiur y la ausencia del esperado
anuncio de la retirada de la vida política por parte del candidato socialista,
nada me ha causado especial sorpresa: Ni los resultados de ayer, ni los comentarios
de hoy. Pero yo destacaría ciertas reacciones, como la de algún partido
político apuntando que se va a hacer oír en la calle, o la de algunas formaciones
nacionalistas que ya piden elecciones anticipadas en sus respectivos
territorios. No falta tampoco quien se rebela airadamente contra el sistema de
recuento de votos y de adjudicación de escaños.
Estos tres ejemplos vuelven a poner de manifiesto, por un
lado el riesgo que corren la imagen y dignidad de nuestra Democracia, y por
otro y nuevamente, el afán de desintegración y división que una parte de
nuestro espectro político parece empeñado en manifestar desde dentro de las
instituciones democráticas. En suma, este tipo de gestos vuelven a sembrar
dudas sobre la credibilidad o la confianza interna de España como país.
Y es que aunque haya quien no lo quiera aceptar, los
españoles somos más inteligentes de lo que se propongan hacernos creer. El voto
nacionalista en unas Elecciones Generales, otorgado para sentirse representado
a nivel central, no es necesariamente sinónimo de separatismo, y el ciudadano
(por supuesto también el político) lo sabe.
De la misma manera, quien menos de veinticuatro horas
después de un éxito electoral comienza a proclamar declaraciones de intenciones
sobre la organización de movilizaciones populares no comprende en absoluto el
juego democrático y el valor de las instituciones.
Y por supuesto, la Ley D’Hont puede ser discutible, y
discutida. Pero a sensu contrario, ¿es más justo conceder la primacía a la
decisión en las mayores concentraciones ciudadanas, jugando a la adjudicación
de escaños en función de la mayoría numérica absoluta? ¿Qué pensarían los
ciudadanos de Teruel, Guadalajara o Lugo, por no decir de las Comunidades
Históricas en su conjunto, si una intensa campaña en las grandes ciudades por
parte de uno o varios partidos políticos les dejara sin capacidad de decisión?
Se está prostituyendo el concepto de Democracia en España, y
eso es algo muy peligroso. El pueblo concede el mandato mediante su voto. Eso
es Democracia. Pero todos sabemos que la Democracia se ejerce en aras de algo
que ayer, para mi consuelo, quiso dejar muy claro quien será el próximo
Presidente del Gobierno: El interés general. Yo no encuentro muchos ejemplos de
decisiones pactadas en Gobiernos sin mayoría absoluta que se realicen teniendo
como objetivo el interés general. Más bien las negociaciones dan como resultado bien un bloqueo parlamentario, un retraso, o un acuerdo que no satisface plenamente
a nadie; ¿eso es Democracia? Respóndanse ustedes mismos.
En una comunidad política organizada como nación se espera
que alguien tome decisiones. Para eso el pueblo en un sistema democrático
otorga un mandato a alguien que será investido de la responsabilidad de
gobernar con arreglo a unos principios y un programa. Alguien que tendrá como
contrapeso diferentes alternativas que contribuirán al desarrollo y control del
ejercicio de ese poder, y que se harán escuchar. Eso para mí sí es Democracia. Y
la grandeza de la Democracia es que el mandato otorgado no es eterno, sino
revisable cada 4 años.
En la práctica, siendo gallego no espero que mi voto en unas
elecciones generales mire solo hacia Galicia, sino al interés general de
España. Si voto a una formación nacionalista es para que mi voz como gallego se
escuche, pero no para cercenar el ejercicio del Gobierno esperando que las
decisiones generales miren sólo hacia Galicia. Eso no sería ni solidario, ni
Democrático. Así que no prostituyamos los conceptos.
En suma, no se debe ceder ante un tabú que impida hablar
alto y claro sobre el interés general como objetivo de la Democracia en unas
Elecciones Generales. Los intereses partidistas, territoriales o gremiales no
tienen cabida aquí.
El balance de la jornada electoral y los resultados de la
fiesta de la Democracia deben ser interpretados como positivos: Un partido
político se proclama vencedor con una amplia mayoría. El líder de ese partido
tiene las cualidades necesarias sobre el papel para afrontar el gran reto: Formación, experiencia política, profundo conocimiento de la situación a la que
se tendrá que enfrentar, control de su Partido y espaldas anchas. Por otra
parte, infunde una aceptable imagen en el exterior, lo que puede beneficiar a
España en la era de las tecnocracias (no en vano ha sido tildado de Mariano el
“comedido” o Mariano el “perseverante” en la prensa europea). Líder y Partido
afrontan un complicado reto ante un escenario político altamente favorable: la
amplia mayoría que le permitirá gobernar con arreglo a sus dictados, principios
y programa. Sabe que será una legislatura de desgaste, y lo acepta.
Por otra parte, la apertura del arco parlamentario a
múltiples formaciones de todos los signos también es positiva, porque el
control será más efectivo, las opiniones más variadas y la información que
llegará al ciudadano menos manipulada y más veraz.
Eso es Democracia: El pueblo otorga el mandato a uno, que
ejercerá el Poder. Uno manda, no más, no se engañen. Los corrales de gallos no
sirven para nada. Debe existir un jefe de la manada. Y el resto le controlan.
No le condicionan. Y lo contrario no sería democracia.
Hoy, por primera vez en mucho tiempo me siento prudentemente
optimista.
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