miércoles, 28 de diciembre de 2011

De las virtudes políticas decadentes


"El joven entre la virtud y el vicio" El Veronés


Una leyenda musulmana nos habla de un viajero que siendo condenado a muerte, solicitó un aplazamiento de su ejecución para resolver previamente sus asuntos de familia. El Califa aceptó darle un plazo de gracia de 3 días siempre que el condenado nombrase a alguien que aceptara cumplir la pena en su lugar, en caso de que aquél no regresara.

El hombre no conocía a nadie, y aún así  y para sorpresa de todos, una persona se ofreció como garante. El condenado partió, y a los tres días, no habiendo aún regresado, su representante se disponía a ser ejecutado. En ese momento el reo apareció al galope causando la admiración de la multitud con su gesto.

“¿Por qué has vuelto?” Le preguntaron. “porque di mi palabra –dijo-. ¿Cómo podría dar razones al mundo para decir que los musulmanes no cumplen sus promesas?”

Entonces preguntaron a quien se ofreció desinteresadamente como garante de su promesa. “¿Por qué lo hiciste si no conocías a este hombre?”; a lo que respondió: “Porque, ¿cómo podría dar razones al mundo para decir que los musulmanes no son leales?”

Por último la multitud pidió el indulto del condenado, porque, “¿cómo podrían ellos dar razones al mundo para decir que los musulmanes no son solidarios y no perdonan?”

Me viene al pensamiento esta anécdota por su referencia a los tres principios que en este momento están sufriendo una crisis más aguda en nuestro espectro político, social, y por ende, en nuestra viabilidad como país: La honestidad, la lealtad, y la solidaridad.

En efecto, y respecto a la primera, la sociedad está tan tristemente acostumbrada a la decepción por el incumplimiento de promesas, a la hipocresía política, y al estereotipo de político delincuente con “presunción de inocencia e inmunidad parlamentaria”, que ni siquiera gestos como el de un Presidente que no realiza vanas promesas por coherencia, por lo que sabe y lo que aún desconoce, e incluso a riesgo de perder popularidad, o el de un Monarca que aparta de cuajo a un yerno de la vida pública de manera preventiva por comportamiento “poco ejemplar”, sin escudarse en la tan manida presunción de inocencia, son suficientes para suspender o alterar una imagen tan negativa de las Instituciones que sigue presente en un sector importante de la población o de ciertos medios, tan narcotizados los unos como interesados los otros.

Pasemos a la lealtad. ¿No es curioso que gestos como premiar tal virtud unida a la competencia profesional por encima de otros conceptos como la “paridad” o la “devolución de favores” sean vistos de forma negativa y resulten abiertamente criticados?. Para colmo de curiosidad en el otro lado nos encontramos con el “debate de las ideas” como encubrimiento de arribistas para escalar sobre el lomo de un león herido y acabar de darle muerte sin valorar sacrificios realizados y oportunidades otorgadas.

El chantaje del “pacto fiscal” o la eterna referencia al “qué hay de lo mío”, cuando las lacras del paro y de la crisis desangran a una sociedad son claros ejemplos del declive continuado de una virtud llamada solidaridad. El “penúltimo” gesto lo podemos encontrar en la parafernalia formal de la votación de la Mesa de la Cámara para la aprobación o no de cierto grupo parlamentario. No nos llamemos a engaño, señores. La sociedad española en su conjunto no es “de facto” más importante que una parte de ella, o que un partido político. Y si el precio de desgastar al rival es llevarnos por delante principios básicos de solidaridad o incluso de humanidad, el fin siempre justificará los medios. Deplorable.

Gestos como el que se produjo en la Apertura de las Cortes Generales por algunas formaciones políticas ha sido para mí más esclarecedor si cabe de la escasez de valores y de la poca elegancia que se transmite por una parte de nuestros representantes. Si el Primero de los españoles nos recibe personalmente en su casa y lo hace con los brazos abiertos, lo mínimo y de recibo es hacer lo propio y recibir a D. Juan Carlos con un caluroso y unánime aplauso cuando nos devuelve la visita en la casa de todos los españoles. No olvidemos que sus señorías ocupan un asiento en precario, y el Rey el suyo de por vida. Aquí vemos el retrato de quienes se regodean de la decencia y de todos los valores de una sociedad como la española, dícese hospitalaria. Algunos, ni siquiera “estuvieron en casa” durante la Real visita.

Estamos más que acostumbrados, por desgracia, a que no se respeten el código del honor personal, el de la promesa y el compromiso con los nuestros y nuestros ideales, a que no se respeten la coherencia y la confianza en el servicio público, y a que no se respete la solidaridad pública frente a los problemas que nos afectan a todos. “Simplemente soy político -diría yo-. Y ¿quién soy yo para dar razones al mundo para pensar que un servidor público no cumple sus promesas? ¿Quién soy yo para poner en duda que un servidor público puede traicionar a quien le ha otorgado su confianza en un proyecto?. Y más aún: ¿Quiénes somos nosotros para poner por encima los intereses partidistas o territoriales sobre los de la sociedad?”

Espero que el nuevo Gobierno tenga un buen paraguas, una buena hoja de ruta, y que no se deje perturbar por cantos de sirenas, ya sean seductores, amenazantes, o simplemente molestos. Ni siquiera los cantos de los internautas, que tanta mella hicieron en la capacidad decisoria de nuestro ya ex Presidente.

Fernando Medina

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