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"El joven entre la virtud y el vicio" El Veronés |
Una leyenda musulmana nos habla de un viajero que siendo
condenado a muerte, solicitó un aplazamiento de su ejecución para resolver
previamente sus asuntos de familia. El Califa aceptó darle un plazo de gracia
de 3 días siempre que el condenado nombrase a alguien que aceptara cumplir la
pena en su lugar, en caso de que aquél no regresara.
El hombre no conocía a nadie, y aún así y para sorpresa de todos, una persona
se ofreció como garante. El condenado partió, y a los tres días, no habiendo
aún regresado, su representante se disponía a ser ejecutado. En ese momento el
reo apareció al galope causando la admiración de la multitud con su gesto.
“¿Por qué has vuelto?” Le preguntaron. “porque di mi palabra
–dijo-. ¿Cómo podría dar razones al mundo para decir que los musulmanes no
cumplen sus promesas?”
Entonces preguntaron a quien se ofreció desinteresadamente
como garante de su promesa. “¿Por qué lo hiciste si no conocías a este hombre?”;
a lo que respondió: “Porque, ¿cómo podría dar razones al mundo para decir que los
musulmanes no son leales?”
Por último la multitud pidió el indulto del condenado,
porque, “¿cómo podrían ellos dar razones al mundo para decir que los musulmanes
no son solidarios y no perdonan?”
Me viene al pensamiento esta anécdota por su referencia a
los tres principios que en este momento están sufriendo una crisis más aguda en
nuestro espectro político, social, y por ende, en nuestra viabilidad como país:
La honestidad, la lealtad, y la solidaridad.
En efecto, y respecto a la primera, la sociedad está tan
tristemente acostumbrada a la decepción por el incumplimiento de promesas, a la
hipocresía política, y al estereotipo de político delincuente con “presunción
de inocencia e inmunidad parlamentaria”, que ni siquiera gestos como el de un Presidente
que no realiza vanas promesas por coherencia, por lo que sabe y lo que aún
desconoce, e incluso a riesgo de perder popularidad, o el de un Monarca que
aparta de cuajo a un yerno de la vida pública de manera preventiva por
comportamiento “poco ejemplar”, sin escudarse en la tan manida presunción de
inocencia, son suficientes para suspender o alterar una imagen tan negativa de
las Instituciones que sigue presente en un sector importante de la población o
de ciertos medios, tan narcotizados los unos como interesados los otros.
Pasemos a la lealtad. ¿No es curioso que gestos como premiar
tal virtud unida a la competencia profesional por encima de otros conceptos
como la “paridad” o la “devolución de favores” sean vistos de forma negativa y resulten
abiertamente criticados?. Para colmo de curiosidad en el otro lado nos
encontramos con el “debate de las ideas” como encubrimiento de arribistas para
escalar sobre el lomo de un león herido y acabar de darle muerte sin valorar sacrificios
realizados y oportunidades otorgadas.
El chantaje del “pacto fiscal” o la eterna referencia al
“qué hay de lo mío”, cuando las lacras del paro y de la crisis desangran a una
sociedad son claros ejemplos del declive continuado de una virtud llamada
solidaridad. El “penúltimo” gesto lo podemos encontrar en la parafernalia
formal de la votación de la Mesa de la Cámara para la aprobación o no de cierto
grupo parlamentario. No nos llamemos a engaño, señores. La sociedad española en
su conjunto no es “de facto” más importante que una parte de ella, o que un
partido político. Y si el precio de desgastar al rival es llevarnos por delante
principios básicos de solidaridad o incluso de humanidad, el fin siempre
justificará los medios. Deplorable.
Gestos como el que se produjo en la Apertura de las Cortes
Generales por algunas formaciones políticas ha sido para mí más esclarecedor si
cabe de la escasez de valores y de la poca elegancia que se transmite por una
parte de nuestros representantes. Si el Primero de los españoles nos recibe
personalmente en su casa y lo hace con los brazos abiertos, lo mínimo y de
recibo es hacer lo propio y recibir a D. Juan Carlos con un caluroso y unánime
aplauso cuando nos devuelve la visita en la casa de todos los españoles. No
olvidemos que sus señorías ocupan un asiento en precario, y el Rey el suyo de
por vida. Aquí vemos el retrato de quienes se regodean de la decencia y de
todos los valores de una sociedad como la española, dícese hospitalaria. Algunos,
ni siquiera “estuvieron en casa” durante la Real visita.
Estamos más que acostumbrados, por desgracia, a que no se
respeten el código del honor personal, el de la promesa y el compromiso con los
nuestros y nuestros ideales, a que no se respeten la coherencia y la confianza
en el servicio público, y a que no se respete la solidaridad pública frente a
los problemas que nos afectan a todos. “Simplemente soy político -diría yo-. Y
¿quién soy yo para dar razones al mundo para pensar que un servidor público no
cumple sus promesas? ¿Quién soy yo para poner en duda que un servidor público puede
traicionar a quien le ha otorgado su confianza en un proyecto?. Y más aún: ¿Quiénes
somos nosotros para poner por encima los intereses partidistas o territoriales sobre
los de la sociedad?”
Espero que el nuevo Gobierno tenga un buen paraguas, una
buena hoja de ruta, y que no se deje perturbar por cantos de sirenas, ya sean
seductores, amenazantes, o simplemente molestos. Ni siquiera los cantos de los internautas,
que tanta mella hicieron en la capacidad decisoria de nuestro ya ex Presidente.
Fernando Medina
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