En 1968, un sorprendente y moderado Eric Hobsbawm declaró
ante los intelectuales más excelsos de la “Kings College Historical Society” que
más que cambiar el mundo, quizá deberíamos poner la prioridad en intentar
comprenderlo. En este 2012 apocalíptico no se dan las mismas condiciones que
desembocaron en lo que ocurrió aquel mayo revolucionario, pero sí vivimos dos
sensaciones coetáneas, de explosiva combinación: Indignación y desconcierto. La
sociedad, indignada, busca un cambio sin comprender el escenario global en el
que este ideal surge, y los dirigentes mundiales, desconcertados, intentan
comprender el nuevo escenario global, tratando de evitar un cambio mayor. En
esta gran crisis de occidente, la cual no debemos limitar a cifras, primas,
mercados o agencias de calificación, todos los países, periféricos y centrales,
ricos y pobres, acreedores y deudores, y sus respectivas sociedades, deberían
poner el énfasis (y pido perdón a la memoria del desaparecido profesor
Hobsbawm) no en un cambio o en su comprensión, sino en la aceptación del nuevo
contexto mundial, y en la búsqueda de fórmulas políticas, económicas y sociales
que conduzcan a una correcta y progresiva adaptación. El cambio ya se está
produciendo: es acelerado e irreversible; y su comprensión se graba a fuego en
nuestras mentes, por más que nos cueste aceptarlo. Si buscamos ruptura,
revolución o continuamos en desacuerdo permanente, el efecto podría tener una
denominación mucho más destructiva y, esta vez sí, de consecuencias incalculables.
Quizá debiéramos concentrarnos en no hacer buenas las profecías mayas.
Fernando Medina
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