Un nuevo fenómeno meteorológico con nombre de mujer y fuerza
de titán se ha enfrentado al mundo; osó retar al guardián de la tierra; golpeó
con violencia la puerta del tío Sam; se coló en su fiesta extática, en
la que sus sobrinos decidirán si ese “yes we can” que tantas expectativas alimentó
hace cuatro años será refrendado por el apoyo a un cansino “if we could”. O si otorgarán
su confianza a la clásica y quizá más idiosincrática propuesta liberal
revestida de firmeza internacional. Y en medio de tal diatriba, Sandy tuvo sus
horas de notoriedad. Vaya si las tuvo. Consiguió acaparar la atención de todos
los medios del planeta. Avance y llegada; preparativos y efectos; multitud de testimonios de su paso por tierra de oportunidades saturaron pantallas y
columnas. Gracias a los recursos de América
la rica, el impacto, aunque doloroso en algunos casos y molesto en todos resultará
asumible. La normalidad comienza a instalarse y los candidatos presidenciales vuelven
a la batalla tras vestir la camisa remangada de solidaridad por unas horas. Las
elecciones ya están a la vuelta de la esquina. ¿Pasamos página?. Yo me resisto.
Llama mi atención una nota marginal en un medio. “Naciones
Unidas advierte del fuerte riesgo de malnutrición que dos millones de haitianos
sufren tras el huracán Sandy. Se requieren con urgencia intervenciones
inmediatas en el país para garantizar el acceso a los alimentos”. Y es que
Sandy ha causado estragos en América la pobre:
En Haití. Vaya. En República Dominicana. ¿En serio? En Santiago de Cuba. A perro flaco… Nadie le dará más protagonismo
a Sandy en el Caribe que notas marginales como la que vengo de subrayar y la ímproba dedicación de
quienes a buen seguro se remangarán en silencio la camisa de la solidaridad en
el terreno; y no por unas horas, me consta, sino durante años. Admitámoslo.
Sandy es sexy si su presencia eclipsa las luces de Times Square, pero no si se contonea
por el malecón de la Habana. Hoy mi espejo es una niña Norteamericana. Esa niña
cuyo llanto dio la vuelta al mundo pidiendo a Obama y Romney que se callen de
una vez.
Fernando Medina
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