El panorama geopolítico mundial está dando un vuelco que sin
duda provocará la reformulación de muchas de las teorías de politólogos,
sociólogos, economistas y antropólogos. La era de la globalización, los efectos
de la (o las) crisis económicas mundiales, las revoluciones de la primavera
árabe, los conflictos políticos en los Países en Vías de Desarrollo y las
catástrofes humanitarias que llevan consigo son solo ejemplos de ello.
La Globalización
es el factor clave de la súbita aparición de este nuevo orden mundial. Y la
ausencia de una reacción coordinada por parte de los mandatarios políticos es el
catalizador de esta alocada vorágine en que estamos inmersos. Recuerden: hace
no muchos años las críticas a nuestros dirigentes se basaban en el incumplimiento
de promesas políticas, o en desacuerdos sobre la manera de planificar o ejecutar
un programa. En aquellos momentos el orden estaba perfectamente establecido, y
una vez definidas las políticas y ejecutadas las acciones los efectos eran
previsibles.
La vertiginosa evolución
de las comunicaciones ha sorprendido a propios y extraños. Los mercados
obtienen más información y más rápido que los dirigentes. Las masas se
organizan de manera más rápida que los gobiernos. Las noticias llegan a la
población antes de que los periódicos las publiquen. Incluso de cuando en vez
la opinión pública tiene acceso a los datos clasificados o secretos.
Frente a este nuevo escenario, las estructuras políticas no han sabido adaptarse, ni mucho menos
tomar la delantera. Los Presidentes ni siquiera hablan varios idiomas, los
gabinetes de asesores continúan formados por tecnócratas funcionarios de la
vieja escuela, y las políticas siguen estando basadas en la concepción de
Estado Nación, algo ya sin duda caduco y obsoleto
Los estadistas han pasado del esquema de la planificación al
de la reacción lenta y tardía. La necesidad de coordinar esfuerzos se hace
patente. Algunas voces autorizadas comienzan ya a decirlo día sí y día también.
La era de la globalización ha acabado con
el Estado Nación.
Y si esto es lo que ocurre en el mundo, ¿cuál es nuestro
panorama patrio? En la era de la Globalización, España se comporta como el
Estado Nación por excelencia. El Estado de la precipitación por excelencia, el
Estado de los tecnócratas anticuados por excelencia. El Estado sin visión de
futuro. El Estado que propugna el “efecto Aznar” o el miedo al fascismo como
argumentos electorales. El Estado que modifica la Constitución con la
frivolidad de quien redacta una Orden Ministerial. El Estado que se permite el
lujo de no sancionar a quienes vulneran el Orden Constitucional y se sublevan
contra el Poder Judicial enarbolando la bandera de un ultraconservador concepto de Estado “Nación – Alismo”.
El nuevo orden mundial está presidido por el paso del Estado
Nación a la Aldea Global: ese es el concepto. Y mientras España se empeñe en
continuar siendo “different”, sin dar un vuelco en términos de respeto a las instituciones,
de esfuerzo y solidaridad, de transformación del interés partidista en Interés
General, y de renovación, audacia y diálogo, nada cambiará. Es urgente y
decisivo abandonar (o al menos aparcar) la discusión del paso del Estado Nación
al Estado Micro Nación.
Y en todo este artículo no he utilizado una sola vez el término “Democracia”.
F.Medina
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