sábado, 3 de septiembre de 2011

"Papá Estado" está enfermo




Es comúnmente reconocido que el hecho de recibir un duro golpe en la vida, como el anuncio de una enfermedad o la pérdida de un ser querido, actúa sobre el proceso de maduración personal. Y también lo es que el período de duelo comprende cinco fases: Negación, enfado, negociación, depresión y aceptación. Tengo la impresión de que España, considerada como una globalidad social, política y económica, está inmersa en este proceso.

Quizá la primera fase, la negación, ha sido la más longeva. Desde 2008, cuando la epidemia se declara en ultramar, e incluso una vez que el virus llega a la vieja Europa, nos hemos cansado de leer y de escuchar diagnósticos acerca de nuestra “salud de hierro”. Todo está en calma, somos un país de “champions”, somos los reyes del superávit… esta fase se ha prolongado, como creo que ya nadie duda, más de lo necesario.

Y es que, a pesar de estas rimbombantes declaraciones de intenciones, la enfermedad se extendía, con síntomas de paro y de deterioración progresiva del tejido empresarial. Así y todo, el diagnóstico de nuestro médico de familia era que teníamos una pequeña gripe: se llamaba “desaceleración”.

Dado que la salud del paciente no mejoraba, nuestro médico acudió a pedir una segunda opinión, una tercera, una cuarta… buscando el diagnóstico que más le convenía. Intentó probar con nuevos medicamentos. Buscó fórmulas mágicas, pero sin resultado. Cada chequeo mostraba el avance inexorable de una enfermedad letal.

Las reacciones de enfado no se hicieron esperar. Llamamientos a huelgas generales, movimiento 15 M, reproches de los adversarios políticos y solicitudes de elecciones anticipadas son sólo ejemplos de ello.

El director del hospital cambió el equipo médico. Organizó simposios privados con antiguos gurús de la economía y de la política. Pero el enfermo ya estaba fuera de control. La salud estaba tan deteriorada que todos empezaron a temer por su vida; órganos vitales como el sector bancario comenzaron a presentar fallos. Hay que operar. Muchos conocidos y familiares se temieron lo peor. Algunos incluso comenzaron a repartirse la herencia en vida. Los más (los “mercados”), a hacer leña del árbol caído.

Y de golpe y plumazo, los más insignes especialistas de la medicina europea entraron a saco con unas medidas desesperadas. Llegó el momento de la negociación. “Bien, vais a curaros. Pero para ello hay que gastar menos. Sanead vuestra economía, dad confianza a los mercados. Haced algo. Rápido. Dad imagen de seriedad de una vez. Si no lo hacéis incluso nosotros os daremos la espalda y moriréis solos en el callejón. Si queréis que el tratamiento surta efecto, empezad a hacer deporte, reducid el colesterol, bajad esa barriga”. La reforma Constitucional exprés llega como el “remedio de la abuela”.

El enfermo está incrédulo. Llega La depresión. Enemigos irreconciliables que pactan, el siempre amigo y designado sucesor se enfada (o se duerme), los sindicatos se enfadan (como siempre), el 15M se enfada (contra todo), las redes sociales se enfadan (con razón)…

Pero algo está pasando. Las concentraciones anti sistema bajan en número. Los líderes sindicales no renuncian a sus vacaciones, los partidos políticos mayoritarios no se enfrentan, la sociedad está cansada. Resignada. ¿Llegamos a la fase de aceptación?

Papá Estado está mayor. Extenuado. Llega el momento de la jubilación, o al menos de un descanso prolongado. Quizá es la hora de que sus hijos maduren y se ocupen de él. ¿Cuándo nos daremos cuenta?

F. Medina    

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